LA BELLEZA QUE NOS SALVA
Mar Galceran – Revista Valors https://valors.org/
Eran cerca de las siete de la mañana, mientras esperaba el tren para ir a Barcelona, sentada en el andén de la estación. En aquellas horas, el día ya despunta y el alba cerca del mar es un espectáculo de fuerza, de vida, de belleza, que alimenta mi esperanza, necesaria para hacer frente a la dureza del día a día cuando se trabaja con colectivos en situación de pobreza y exclusión social. Mientras contemplaba la maravilla de la salida del sol, se sientan a mi lado un par de adolescentes, totalmente ajenos a la belleza del paisaje, y la chica, bonita y en plena juventud, oigo que le dice a su compañero: “Hoy me he levantado sin ganas de vivir, ni de hacer nada”. Un sentimiento que, desgraciadamente, según las estadísticas, parece invadir cada vez más a los jóvenes.
Unas horas más tarde, ya en el trabajo, recibo un correo de una persona adulta ofreciéndose para hacer de voluntaria. Pero al leer su carta de presentación y su solicitud me quedo totalmente descolocada. Me comenta que sufre una enfermedad extraña neurodegenerativa desde hace más de once años, que actualmente le provoca dificultades severas de movilidad y habla, pero que conserva sus facultades cognitivas intactas y le gustaría ponerlas a nuestro servicio, teniendo en cuenta que únicamente se podrá comunicar de manera telemática por correo o WhatsApp. Su currículum es espectacular, una carrera brillante y llena de talentos. De repente recuerdo la chica de la estación. Qué contraste… alguien lleno de vida, de posibilidades, de oportunidades, sin ganas de vivir, y alguien lleno de límites y un futuro devastador, totalmente motivado para continuar, dando y encontrar un sentido a la vida.
Pienso en cuánta belleza hay condensada en aquello que no se ve externamente. No la belleza como calidad estética, sino la belleza como sentido del vivir, como fuerza vital. La belleza como aquello que es capaz de provocarnos los sentimientos y las emociones más nobles y dignas. ¿Y qué es aquello que la hace posible? ¿Una vida de bienaventuranza, de salud, de bienes materiales, de conocimientos y sabiduría, de confort y seguridades? Probablemente no. Si fuera así, no habría belleza en la vida de esta voluntaria, ni en la de tantos nombres y rostros concretos de vidas frágiles y vulnerables que se balancean al ritmo de los infortunios, pero que, de pie, no sucumben a la desesperanza. Se aferran a la belleza interior que los sustenta y los salva de la desesperación. La belleza de unas vidas desarmadas, incansables en la lucha para sostenerse y sostener a quién tienen a su cargo.
La belleza de la humildad que no olvida el barro donde ha caído y se hace alfarero transformándolo en arte para el mundo. Belleza que es un nuevo mañana para la humanidad. Belleza que es capaz de trascender la fealdad que nos rodea y las adversidades que nos asedian, porque descansa en la convicción honda de que estamos aquí no únicamente para existir, sino para mantenernos muy vivos bajo cualquier circunstancia, incluso cuando nuestra existencia parezca aparentemente inútil e ineficaz. Mantenerse vivos para ser capaz de dar juego a todo el potencial de creatividad que tenemos y que somos para los demás, o para alguna causa, o para alguna persona. En cualquier caso, salir de nuestro autocentramiento y mirarnos la vida desde cualquier realidad necesitada que reclame nuestra atención.
Ojalá que aquellos que se sienten abatidos por el sin sentido de la vida, experimentaran la belleza del darse,
sea haciendo un voluntariado o sencillamente asumiendo las propias responsabilidades al servicio de los demás. Porque todo aquello que damos y entregamos, agranda y alimenta nuestra belleza interior, la que nos salva de nuestro egoísmo, de nuestra depresión y de nuestra oscuridad. Cómo se repetía recientemente en un espectáculo del Liceo, “hay el que se ve… y el que no se ve”. O a veces no se quiere ver.
