LA PACIENCIA Y LA RENUNCIA

LA PACIENCIA Y LA RENUNCIA

Mar Galceran – Revista Valors https://valors.org/

Las sociedades modernas nos hemos construido bajo las bases de la aceleración, la acumulación y la inmediatez. Nos hemos acostumbrado a conseguir y acumular bienes materiales de todo tipo de manera inmediata y rápida. Y esto de pararse, desacelerar, desprenderse y renunciar no forma parte de nuestra estructura de funcionamiento y ahora parece que nos resulte imposible desprogramarnos. Se ha hablado mucho este último año de la incompetencia de los países en la gestión de la pandemia, de sus carencias de responsabilidad, de confusión administrativa, etc. Pero también hay que asumir que cuando se ha apelado a la responsabilidad personal, que al final es una clave fundamental para la contención del virus, el fracaso ha sido también bastante evidente. Los humanos parece que no tengamos espera, ni capacidad de renuncia pensando en un bien mayor. Nuestra mirada es miope, incapaz de ver más allá del aquí y del ahora. Los gobiernos quizás no lo han hecho suficientemente bien, pero también conviene pararnos y realizar una autocrítica personal.

El economista serbio-americano Branko Milanovic, en un reciente artículo, apuntaba justamente a la impaciencia como posible causa del fracaso estrepitoso de las sociedades occidentales, especialmente los Estados Unidos y el Reino Unido, en el control de la pandemia en comparación con las sociedades del sudeste asiático, a pesar de que, ciertamente, se puedan sumar otros muchos factores. Cuando la pandemia estaba en su clímax, los países impusieron confinamientos estrictos, a regañadientes y bajo grandes presiones, y enseguida que los datos empezaron a apuntar una ligera mejora, se apresuraron a levantar las restricciones. Y así hemos ido funcionando.

¿A qué responde esta incapacidad de contenernos de manera paciente, constante y sostenida a lo largo del tiempo? ¿A qué se debe esta explosión de desmesuras a la mínima que se levantan algunas restricciones, como las avenidas comerciales llenas de gente sedienta por comprar o algunas fiestas privadas multitudinarias, ya sea en espacios cerrados, como la famosa “fiesta” de Llinars, o en plazas, casas particulares o jardines públicos?

Me da la impresión de que todos estos comportamientos no son más que los síntomas de una sociedad que expresa un profundo malestar existencial. De una sociedad que, como apuntaba el sociólogo Zigmun Bauman, busca mecanismos de fuga rápida y de evasión ante la incapacidad de sostener la banalidad y el vacío de la propia realidad. Una sociedad que ha hecho de la libertad personal un absoluto y ahora somos incapaces de admitir cualquier límite, aunque sea para conseguir un bien colectivo superior a largo plazo. Y este es el problema, que es a largo plazo y esto pide sacrificio, esfuerzo y renuncia.

Actitudes, desgraciadamente en desuso en nuestra sociedad. Y es cierto que hay multitud de familias que han quedado devastadas económica y socialmente por las consecuencias de la pandemia y muchos sectores profesionales necesitan recuperarse urgentemente, pero también es cierto que en los países donde los gobiernos han podido dar más ayudas para paliar estos efectos como Alemania, el Reino Unido o Francia, los comportamientos personales de incontinencia y de espera han sido igual o peores que en Cataluña, donde supuestamente no hay dinero.

Me da la impresión de que el problema es más profundo. Me parece que el problema se encuentra también en saber encontrar un nuevo sentido a nuestras vidas, una nueva manera de vivir que no esté fundamentada en el consumo, la acumulación y la obtención del éxito inmediato. Una manera de vivir que encuentre gozo y sentido en la lentitud y la calma, en la contemplación y en la escucha necesarias para descubrir la infinidad de gestos de ternura y aprecio que rodean la banalidad y la rutina de nuestras vidas mientras lo anhelamos buscándolo en otros lugares o supliéndolo con sucedáneos engañosos.

 

 

Un comentario

  1. Al hilo del concepto inmediatez añadiría el del silencio. El ser humano actualmente es incapaz de enfrentarse a su propio silencio. Es decir, reconocerse que tiene un interior baldío y que, constantemente, necesita suplirlo con estímulos externos. Por eso es tan vulnerable y carente de principios básicos de convivencia. Por eso necesita sentirse diferente al resto de la humanidad. Por eso su cerebro absorbe como verdadera cualquier información que recibe por las múltiples vías de comunicación.

    Está claro que la pandemia ha modificado totalmente el panorama geopolítico y macroeconómico mundial. Lo que da lugar a muchas dudas y sospechas sobre qué intereses hay detrás. Y, lo peor, ha potenciado en grado supino el sentido del egoísmo.

    Las manos que manipulan nuestro mundo, que son cuatro o cinco, ya se aprovechan, y bien, de esa huída del propio silencio o incapacidad de ser autocrítico, que tanto prolifera en nuestra sociedad.

    Todo vale, lamentablemente.

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