EL LOBO Y LA CIGÜEÑA
Un lobo estaba disfrutando de un delicioso festín cuando, sin poderlo evitar, se le quedó atravesado un hueso en la garganta.
Pese a los esfuerzos que hizo para sacárselo no lo consiguió, por cuyo motivo, muy asustado, no dudó en recurrir a una cigüeña que volaba cerca y tenía el pico muy largo.
– Por favor, ¡ayúdame! – llamó – Si consigues sacarme el hueso te daré un magnífico regalo…
La cigüeña era muy buena, pero le tenía cierto temor al lobo. Sin embargo, viéndole con este problema, acudió inmediatamente a su auxilio.
Introdujo su largo pico por la boca del asustado animal y sin dificultad le extrajo el hueso de la garganta.
– ¿Cuál es el magnífico regalo que me darás? – preguntó la cigüeña, viendo que el lobo ya se estaba tranquilizando.
– Pero ¡que pánfila eres! – respondió el lobo – He tenido tu cabeza entre mis dientes, de tal forma que hubiera podido matarte si hubiera querido… y… ¿todavía me pides recompensa más grande?
(Es inútil esperar recompensa de los malvados, pues nunca reconocerán los beneficios recibidos).
EL RATÓN Y EL LEÓN
Un día, dos ratones estaban jugando alegremente en un descampado. En aquel mismo descampado, a la sombra de un árbol, había un león intentando hacer la siesta, pero los ratones eran tan escandalosos que no se podía dormir.
Pero en uno de sus juegos, los ratones pasaron por encima del león. El león, enfadado ya por no poder dormir, se enojó todavía más por aquella falta de respeto que le mostraban los ratones.
Y, levantándose de golpe, consiguió acorralar uno mientras el otro huía asustado. El león cogió el ratón que había acorralado y, para sorpresa suya, el ratón le dijo:
– León, si me perdonas la vida, te serviré siempre que necesites mi ayuda.
El león primero se quedó perplejo, ¡pero rápidamente se puso a reír!
– ¿Tú? ¡Un pequeño y minúsculo ratón ofreciéndome ayuda a mí, el rey de la selva!… ¡Ala! ¡Vete, vete!
Y de tanta gracia que le hizo, lo soltó.
Al cabo de un tiempo, el mismo león iba despistado por la selva cuando cayó en una trampa puesta por un cazador. Quedó colgado de un árbol dentro de una red y, por mucho que lo intentaba, no podía escapar y cada vez rugía más fuerte de rabia, tanto, que toda la selva temblaba.
El ratón oyó los rugidos y rápidamente acudió donde estaba el león para cumplir su promesa. Pero el rey de la selva seguía desconfiando de un pequeño ratón. Sin embargo, el ratón, sin más dilación, se subió hasta donde estaba el león y empezó a mordisquear la red. Y la mordisqueó y mordisqueó hasta que la red se rompió y liberó al león.
Y el león dio las gracias al ratón, que además estaba muy satisfecho por haberle sido útil.
EL CIERVO VANIDOSO
Un ciervo que corría por un bosque se encontró con un riachuelo que seguía el camino.
El agua de este riachuelo era tan limpia y cristalina que reflejaba con gran esplendor la imagen del ciervo, que se quedó parado admirándose.
Y mirándose, puso especial atención en sus cuernos.
– Qué cuernos más bonitos tengo. Míralos que grandes y magníficos, ¡seguro que todo el mundo me admira!
Y se miró un poco más abajo, hasta que se vio las patas, que eran bastantes delgadas.
– Y qué patas más delgadas que tengo, no me quedan nada bien. Es una lástima que las patas desmerezcan un ciervo tan bien plantado como yo.
De repente, sintió agitarse el follaje del bosque, se giró y vio como un cazador le apuntaba. Y empezó a correr.
Gracias a sus piernas delgadas y ligeras pronto cogió suficiente velocidad y distancia al cazador, pero corriendo por el bosque, los cuernos se le engancharon en las ramas de un árbol.
Y mientras oía como los cazadores se iban acercando, él repetía:
– ¡Y pensar cómo estaba yo de contento con los cuernos que ahora me costarán la vida, y tan descontento de las piernas que me podrían haber salvado! ¡Qué tonto he sido al mirarme en el agua los cuernos y valorarlos tanto por su aspecto!
EL SAPO Y LA ROSA
Una vez había una rosa roja muy y muy bella; era la rosa más bella del jardín. Sin embargo, se daba cuenta que la gente la miraba muy de lejos.
Un día se dio cuenta que junto a ella siempre había un sapo grande y oscuro y que era por eso que nadie se acercaba a verla de cerca. Indignada ante el descubrimiento le ordenó al sapo que se fuera inmediatamente; el sapo muy obediente dijo: está bien, ¡si así lo quieres!. Poco tiempo después el sapo pasaba por donde estaba la rosa y se sorprendió al verla totalmente marchita, sin hojas y sin pétalos. Y le preguntó: ¿Qué te pasa? La rosa contestó: «Es que desde que te fuiste, las hormigas se me han comido día a día, y nunca he podido volver a ser igual.» El sapo solamente contestó: «Pues claro, cuando yo estaba aquí me comía estas hormigas y por eso siempre eras la más bella del jardín”.
UNA HISTORIA PARA PENSAR
Una señora coge el tazón y le pide al camarero que lo llene de caldo. A continuación se sienta en una de las muchas mesas del local.
Apenas se había sentado se dio cuenta que se había dejado el pan. Entonces se levanta, va a recoger un panecillo a la barra y vuelve a su mesa.
¡Sorpresa! Ante su tazón de caldo se encuentra sin inmutarse un hombre de color, ¡un negro!, que está comiendo tranquilamente.
¡Esto es el colmo!, piensa la señora, pero no me dejaré robar. Dicho y hecho. Se sienta junto al “negro” y parte el pan a trocitos. Los pone en el tazón que está ante el negro y coloca la cuchara en él.
El negro, complaciente, sonríe. Toman una cucharada cada cual hasta acabarse el caldo. Todo en silencio.
Acabado el caldo, el hombre se levanta, se acerca a la barra y vuelve después con un abundante plato de espaguetis y… dos tenedores. Comen los dos del mismo plato, en silencio, turnándose.
Al acabar, se levanta el negro diciéndole “hasta la vista!”, reflejando una sonrisa en los ojos. Parece satisfecho por haber realizado una buena acción. Se va.
La mujer lo sigue con la mirada. Una vez vencido su estupor, busca con la mano el bolso que había colgado en el respaldo de la silla… ¡pero había desaparecido! ¡Lo había cogido el negro!
Iba a llamar ¡al ladrón! ¡al ladrón!” cuando, mirando a su alrededor, ve su bolso colgado en una silla dos mesas más atrás de donde estaba ella y, sobre la mesa, un tazón de caldo ya frío.
(¿Hay que decirlo que ella se había equivocado de mesa? Y, sobre todo, ¿de comportamiento?)
EL LEÑADOR HONRADO
Una vez había un pobre leñador que volvía a casa después de una dura jornada de trabajo. Al cruzar un puente que atravesaba el río le cayó el hacha al agua.
El hombre se lamentó tristemente:
– ¡Oh! ¿Y cómo me las arreglaré para ganarme el pan ahora, sin hacha?
Pero de golpe, de entre las aguas – ¡oh!, ¡sorpresa! – surgió una bella ninfa y le dijo:
– Espera, buen hombre, que yo te devolveré el hacha.
La ninfa se hundió en el río y al cabo de poco tiempo volvió a salir con un hacha de oro macizo en las manos.
– ¿Quizás es ésta tu hacha? – Preguntó la ninfa.
– No, no es ésta, mi hacha no es dorada – contestó el leñador.
Así la ninfa se volvió a hundir por segunda vez y apareció poco después con una hacha de plata.
– ¿Y ésta? ¿Quizás es ésta tu hacha? – volvió a preguntar la ninfa.
– No, ésta tampoco es la mía. La mía no era ni de oro ni de plata – respondió el entristecido leñador.
Y por tercera vez la ninfa se sumergió en las aguas del río. Al salir llevaba en las manos un hacha de acero.
– ¡Oh! ¡gracias! ¡gracias!, ¡ésta sí que es la mía!
– Pero como eres tan honrado yo te regalo las otras dos, buen leñador. Has preferido la honradez a la mentira y te mereces este premio.
ACTO DE SOBERBIA
Un día el viejo león se despertó y conforme se desperezaba se dijo que no recordaba haberse sentido tan bien en su vida.
El león se sentía tan lleno de vida, tan saludable y fuerte que pensó que no habría en el mundo nada que lo pudiese vencer. Con este sentimiento de grandeza, se encaminó hacia la selva, allí se encontró con una víbora a la que paró para preguntarle.
«Dime, víbora, ¿quien es el rey de la selva?”
“Tu, por supuesto” le respondió la víbora, alejándose del león a toda marcha.
El siguiente animal que se encontró fue un cocodrilo, que estaba adormecido cerca de una charca.
El león se acercó y le preguntó: “Cocodrilo, dime ¿quien es el rey de la selva?”
“¿Por qué me lo preguntas?” le dijo el cocodrilo, “si sabes que eres tu el rey de la selva.”
Así continuó toda la mañana, a cuanto animal le preguntaba todos le respondían que el rey de la selva era el.
Pero, hete ahí que de pronto, le salió al paso un elefante.
“Dime elefante”, le preguntó el león ensoberbecido “¿sabes quién es el rey de la selva?”
Por toda respuesta, el elefante enroscó al león con su trompa levantándolo cual si fuera una pelota, lo tiraba al aire y lo volvía a recoger… hasta que lo arrojó al suelo poniendo sobre el magullado y dolorido león su inmensa pata.
“Muy bien, basta ya, lo entiendo” atinó a farfullar el dolorido león, “pero no hay necesidad de que te enfurezcas tanto porque no sepas la respuesta.”
PODEMOS ARREGLAR EL MUNDO
Un científico, que vivía preocupado con los problemas del mundo, estaba resuelto a encontrar los medios para aminorarlos. Pasaba días en su laboratorio en busca de respuestas para sus dudas.
Cierto día, su hijo de 7 años invadió su santuario decidido a ayudarlo a trabajar.
El científico, nervioso por la interrupción, le pidió al niño que fuese a jugar a otro lado.
Viendo que era imposible sacarlo, el padre pensó en algo que pudiese darle con el objetivo de distraer su atención.
De repente se encontró con una revista, en donde había un mapa con el mundo, justo lo que precisaba.
Con unas tijeras recortó el mapa en varios pedazos y junto con un rollo de cinta se lo entregó a su hijo diciendo: «cómo te gustan los rompecabezas, te voy a dar el mundo todo roto para que lo repares sin ayuda de nadie».
Entonces calculó que al pequeño le llevaría 10 días componer el mapa, pero no fue así.
Pasadas algunas horas, escuchó la voz del niño que lo llamaba calmadamente.
«Papá, papá, ya hice todo, conseguí terminarlo».
Al principio el padre no creyó en el niño.
Pensó que sería imposible que, a su edad hubiera conseguido recomponer un mapa que jamás había visto antes.
Desconfiado, el científico levantó la vista de sus anotaciones con la certeza de que vería el trabajo digno de un niño.
Para su sorpresa, el mapa estaba completo.
Todos los pedazos habían sido colocados en sus debidos lugares.
¿Cómo era posible? ¿Cómo el niño había sido capaz?
De esta manera, el padre preguntó con asombro a su hijo:
Hijito, tú no sabías cómo era el mundo, ¿cómo lo lograste?
Papá, respondió el niño; yo no sabía cómo era el mundo, pero cuando sacaste el mapa de la revista para recortarlo, vi que del otro lado estaba la figura de un hombre.
Así que di vuelta a los recortes y comencé a recomponer al hombre, que sí sabía cómo era.
«Cuando conseguí arreglar al hombre, di vuelta a la hoja y vi que había arreglado al mundo».
Moraleja: ¡Para arreglar el mundo, hay que empezar por arreglar al hombre!
Gabriel García Márquez