María Coll – Revista Valors https://valors.org/
Aproximadamente doce millones de esclavos fueron introducidos en América durante los tres siglos y medio que duró oficialmente el periodo esclavista, concretamente entre 1519 y 1886. Personas que eran arrancadas de África y de sus familias y transportadas al otro lado del Atlántico como mercancías. El principal destino de los esclavos eran las plantaciones de azúcar caribeño y del Brasil y, en menor medida, Norteamérica, donde a partir de 1619 llegaron unos seiscientos mil esclavos. No todo el mundo, pero, estaba de acuerdo con este sistema.
Fue a inicios del siglo XIX, cuando un grupo de ciudadanos libres y de espíritu abolicionista, decidió actuar contra la esclavitud. Conocido como el Ferrocarril Subterráneo (Underground Railroad), crearon una red clandestina y perfectamente organizada de ayuda a los esclavos para que estos pudieran escapar de las plantaciones y cruzar el país hacia los estados libres norteños o Canadá.
El nombre de Ferrocarril Subterráneo procede del hecho que sus miembros utilizaban términos de este sector de manera metafórica para referirse a sus actividades. Por ejemplo, los maquinistas eran quienes ayudaban a los esclavos fugitivos, la mayoría negros libres, blancos abolicionistas o activistas cristianos; las estaciones eran casas particulares, escuelas o iglesias donde los fugitivos podían descansar, comer y recibir asistencia médica; los esclavos fugitivos eran los pasajeros, los cuales juraban no revelar nunca ni lugares ni nombres; las rutas eran los carriles y los estados norteños o Canadá el destino. Si el fugitivo era capturado durante la fuga por algún cazador de esclavos era castigado y devuelto a su amo. La pena para los maquinistas, hombres valientes y gran defensores de la libertad, era más dura: ayudar un esclavo estaba castigado con pena de muerte o escarmientos públicos brutales. Todo ello, pero, no detuvo a muchos abolicionistas valientes.
Por ejemplo, el matrimonio formado por Levi y Catherine Coffin, que vivían en Newport, Indiana, fueron jefes de estación durante más de veinte años y en este tiempo pasaron por su casa (la estación) unos dos mil fugitivos. También se conoce la historia de Harriet Tubman, una ex esclava de Maryland, conocida popularmente como la “Moisés de los esclavos”, porque después de conseguir su propia libertad volvió diecinueve veces al sur para ayudar a escapar a centenares de personas. O, William Still, que al darse cuenta que uno de los esclavos fugados era su propio hermano, decidió llevar un registro de la historia de las personas que pasaban por su estación, concretamente 649. Un documento histórico de gran valor.
El Ferrocarril Subterráneo funcionó hasta después de la Guerra de Secesión (1861-1865), cuando se abolió definitivamente la esclavitud. Entonces esta red clandestina ya había cumplido sus dos principales funciones: conducir hacia la libertad a centenares de esclavos e influir en la opinión pública a favor de la causa abolicionista. De hecho, las personas que habían colaborado con el Ferrocarril Subterráneo jugaron un importante papel en la guerra porque tenían un gran conocimiento del terreno.
De la historia a la literatura.
Este capítulo de la historia de los Estados Unidos, todavía desconocido por muchas personas, acaba de popularizarse gracias a la novela de Colson Whitehead, El ferrocarril subterráneo (Ed. Periscopio), ganadora del National Book Award 2017 y Premio Pulitzer de obras de ficción 2017. Un relato que adentra el lector en el contexto histórico de la América esclavista y, a pesar de cubrir la historia con un velo de fantasía, no ahorra escenas de brutalidad y violencia y resalta el coraje de Cora, la protagonista, para romper las cadenas físicas y mentales heredadas de la esclavitud y conseguir la deseada libertad.
Anuncio de subasta de esclavos en Georgia, EE.UU., a medianos del siglo XIX