DILEMAS ÉTICOS – Soraya Hernández – Revista Valors – https://valors.org
El Comité Olímpico Internacional ha decidido prohibir cualquier gesto de propaganda política, religiosa o racial durante los Juegos de Tokio 2020. ¿Es esto una vulneración de la libertad de expresión?
Actrices que aprovechan la entrega de un premio para compartir con el público su rechazo hacia la violencia machista, un escritor que durante una firma de libros da su opinión sobre la situación de los presos políticos catalanes mientras muestra un lazo amarillo, maestros que escriben en las redes sociales su rechazo al “pin parental”, un político que jura el cargo con una insignia en forma de triángulo… Símbolos y palabras que expresan opiniones, políticas o sociales, en momentos de gran visibilidad y con posibilidad de extensa difusión.
Hace 52 años la imagen sobrecogedora y totalmente simbólica fue la de los deportistas Tommie Smith y John Carlos en los Juegos Olímpicos de México: recogida de medallas, himno de los Estados Unidos, guante negro, el puño en el aire y el movimiento Black Power en el coro. Su acción se pudo ver en la mayoría de casas del mundo.
En Río 2016, por ejemplo, el atleta etíope Feyisa Lilesa llegó a la meta cruzando los brazos como protesta por la opresión de la cual es víctima la minoría a la que pertenece, los oromos.
Sabedores de la fuerza de actos de estas características en un mundo convulso, los organizadores de los Juegos Olímpicos 2020 han decidido prohibir cualquier expresión que se pueda considerar propaganda política, religiosa o racial durante las competiciones, en la Villa Olímpica, en los podios o en los recintos donde tengan lugar ceremonias oficiales.
El Comité Olímpico Internacional (COI) ha dejado claro que en Tokio no veremos ningún guante negro, quizás tampoco una bandera multicolor o símbolos religiosos. El comité organizador quiere velar para que los Juegos sean solo una manifestación del deporte y ya ha anunciado que cualquier infracción del reglamento vendrá acompañada de una sanción.
La polémica está servida: ¿se está coartando la libertad de expresión de las personas participantes? ¿Se puede castigar alguien por arrodillarse durante el himno de su país, no querer dar la mano al contrincante o llevar una camiseta con un símbolo antifascista? El mismo organismo clarifica que no se trata de una limitación excesiva, puesto que si se quiere dar la opinión personal se podrá hacer en ruedas de prensa o entrevistas individuales. ¿Esta pequeña rendija de permisividad es suficiente para borrar el posible control de las quejas o reivindicaciones? ¿No tendrían que ser los Juegos Olímpicos un espacio de encuentro, conciliación e incluso debate?
Algunos representantes de deportistas han expresado su descontento explicando la importancia de la libertad de expresión, sobre todo cuando la opresión por género u origen son uno de los grandes problemas de nuestra sociedad y los Juegos Olímpicos una ventana abierta para hacerlos visibles.
Pero, el debate va más allá. Quizás describir que es una reivindicación política o social les pueda parecer sencillo, pero, ¿quién decidirá qué es una expresión racial susceptible de ser castigada de otra que no? ¿Los trajes típicos, los tatuajes o las joyas tribales, serán sancionados? ¿Ponerse la mano en el corazón o llorar por la emoción de sentir el himno nacional es diferente a arrodillarse mientras suena la música? ¿Y qué definirá la diferencia entre un símbolo de expresión religioso o un acto de propaganda o promoción religiosa? ¿El hiyab de una mujer musulmana o el turbante de un sij podrían ser considerados una forma de proselitismo de su religión? En definitiva, ¿es posible, en un mundo diverso, no herir alguna sensibilidad? ¿Es posible poner límites a las opiniones personales? Y, si lo es, ¿es ético que el COI sea el abanderado de esta prohibición?