Maria Coll – Revista Valors https://valors.org/
El papel de la Iglesia Católica respecto al nazismo es hoy un tema todavía no exento de polémica. Algunos historiadores critican al Vaticano por no haber hecho una denuncia mucho más firme del antisemitismo y no haber intentado impedir la expansión del nazismo. Pero si la actuación de la cúpula genera debate, respecto a la actuación de las bases no hay discusión. Hay constancia de que centenares de sacerdotes y monjas de toda Europa pusieron en juego sus propias vidas para salvar miles. Y de entre ellas destaca el caso de Helena Studler, religiosa de las Hijas de la Caridad. Figura prácticamente olvidada hasta que el director de cine Pablo Moreno ha llevado su vida a la gran pantalla con Red de libertad (2017).
UNA VIDA AL SERVICIO DE DIOS Y LA GENTE
Nacida en Amiens (Francia) el marzo de 1891, ingresa en las Hijas de la Caridad el junio de 1912. Cuando estalla la Segunda Guerra Mundial se encuentra en el asilo de San Nicolás de Metz, ciudad francesa conocida como la Westmark de la Alemana nazi.
El junio de 1940 el espectáculo que ofrece la ciudad es horroroso: por las calles y las aceras se acumulan prisioneros franceses cansados y muertos de hambre. Ante este panorama, y con el permiso de las autoridades alemanas, la hermana Helena decide recoger donaciones de los ciudadanos de Amiens. Durante días las religiosas dan de comer y beber a decenas de presos que después son trasladados a campos de concentración, donde la muerte es segura. Por este motivo, Helena pide actuar directamente dentro de los campos que se han abierto cerca de Metz (Sarrebrück, Stuttgart, Mannheim, Nuremberg, Karlsruhe, Wiesbaden).
El julio de 1940, dos oficiales franceses presos en un campo de concentración de las cercanías de Metz, decididos a evadirse piden ayuda a la monja para llevar a cabo la fuga. A pesar de ser consciente de los peligros que esto supone, también sabe que ésta es la vía de salvación más directa.
Durante los próximos meses la red de libertad se consolida. Por orden de la Cruz Roja, dos veces por semana, Helena viaja en camión a Nancy –donde hay molinos harineros– y aprovecha este hecho para sacar prisioneros de los campos y pasarlos a la Francia libre. Según se explica, llega a fabricar licor de frutas para sobornar a los soldados nazis y utiliza barriles de doble fondo para camuflar a los presos. En este tiempo, varias personas de la zona (obreros, comerciantes, burgueses, jóvenes de la Cruz Roja, seglares, religiosos…) se unen a la red humanitaria de la religiosa.
El febrero de 1941, en una evasión frustrada, es detenida. Dieciocho interrogatorios en tres días. Cerrada en un calabozo pide la visita de un médico, que firma su ingreso al Hospital del Bon Secours de Metz. Un tribunal la condena a un año de prisión, pero justo cuando está a punto de ser trasladada a Sarrebrück, un médico alemán la salva: certifica que se encuentra demasiado débil y el julio de 1941 la envía a su propia comunidad.
Este aviso, pero, no asusta Helena que, una vez recuperada, continúa con el trabajo. Por ejemplo, salva el sacerdote Maiers, futuro obispo de Burdeos, conjuntamente con 42 personas más, que huyen por las cloacas del campo o François Miterrand, entonces un joven teniente del ejército francés y después presidente de Francia (1981-1995) ¡En total más de dos mil personas! Después de una visita frustrada de la policía al asilo, a finales de agosto de 1942, Helena decide marchar de Metz hacia la Francia no ocupada.
Llega a Lyon y allí se encarga de los refugiados que llegan al Hospital de San José, pero todavía participa de forma puntual en alguna fuga más. Finalmente, el noviembre de 1944, a la edad de 53 años, muere de cáncer.
El gobierno francés la describe como “un elemento esencial de la resistencia”. La verdad es que se convierte en un verdadero dolor de cabeza para los nazis. Pero, sobre todo, es un ejemplo de valentía, heroicidad y lucha contra la injusticia.