ALTERNATIVAS A UN MUNDO MÁS JUSTO Y SOLIDARIO

(Resumen de una conferencia impartida en Palma de Mallorca el 25-1-2008 por el catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga, y miembro de ATTAC, Juan Torres López)

Juan Torres desplegó la necesidad de cambiar ciertas políticas económicas que parecen inevitables y las mentiras que, en base de hacer repeticiones continuadas, los partidarios del neoliberalismo han conseguido introducir en el subconsciente de las personas como verdades absolutas.

Para Juan Torres, el compromiso para intentar que las cosas sean de otro modo, no solamente es un compromiso posible y deseable, sino que se trata de una cuestión de urgencia, a la vista de la situación mundial actual.

Las cuatro ideas básicas del discurso neoliberal que se han ido imponiendo como verdades inmutables son estas:

  • Los recursos mundiales son limitados, en un mundo donde predomina la escasez.
  • El mercado es el mecanismo más eficiente para distribuir los recursos.
  • La incorporación a los mercados globales acontece imprescindible.
  • No hay ninguna otra política económica factible.

Sobre la carencia de recursos, el último informe publicado por la FAO (Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) demuestra que con los recursos disponibles actualmente en el planeta, se pueden alimentar doce mil millones de personas, prácticamente el doble de la población mundial actual.

Según la ONU, serían necesarios entre sesenta y setenta mil millones de dólares anuales para impedir la muerte de seres humanos por causas evitables.

En términos absolutos, esto que puede parecer una gran cifra, no es así, si la comparamos, por ejemplo, con las inyecciones de liquidez que ha hecho en los últimos meses el Banco Central Europeo, o con el billón de dólares de gasto militar mundial anual o con los dos billones que circulan diariamente en operaciones especulativas sin ninguna contraprestación productiva.

Todos estos datos demuestran por sí mismos que los recursos mundiales no son ni escasos ni insuficientes; sino que el problema verdadero recae en su distribución inadecuada.

Con la globalización, este problema se ha ido agravando todavía más. No se han producido incrementos en los salarios reales, y se han provocado espectaculares subidas de los beneficios empresariales.

El Gobierno y las regulaciones parecen un obstáculo para la eficiente actividad de los mercados. Así lo demuestran los intentos de flexibilizar el mercado laboral con el pretexto de un mejor funcionamiento, aunque sea a expensas de reducir los derechos de las personas más vulnerables.

Aun así, cuando las grandes empresas atraviesan dificultades serias, siempre exhortan el Gobierno a intervenir y que acuda a rescatarlas, aunque esto atente contra la política de mercado libre.

Los ricos nunca han tenido un discurso tan falso, cínico, injusto y vergonzoso como ahora. Obligaron a los países menos desarrollados a abrir fronteras a sus capitales y empresas, cosa que teóricamente los tenía que ayudar a desarrollarse.

Estos accedieron con la confianza que esta apertura sería recíproca, abriéndoseles los mercados de los países norteños a sus productos. Pero se encuentran que los países poderosos les cierran las puertas.

Un ejemplo bien claro es el azúcar, un producto del cual Europa es el productor mundial más grande, gracias a los subsidios, puesto que su coste de producción es el más elevado del planeta. Como consecuencia, se hunden los productores de los países más desfavorecidos. Este esquema se va repitiendo en múltiplos y varios productos.

El discurso del mercado libre es un discurso completamente falso. Los ricos recurren al apoyo del Gobierno, a la protección del Estado y a las barreras al comercio libre, cuando esto les interesa.

Actualmente los países más ricos parece que quieren eliminar estas fronteras a las importaciones de los países en desarrollo; pero el problema radica en el hecho de que ya se ha conseguido acabar con sus productores.

Se dice que vivimos en la globalización, y que, por esto mismo, no se puede hacer nada a escala nacional, y que se tienen que resolver los problemas globalmente. La globalización de las relaciones humanas sería magnífica, pero la realidad demuestra que solo se ha globalizado una parte, de estas relaciones sociales.

El dinero tiene libertad de movimiento completa en un mundo global; pero no pasa lo mismo con los seres humanos; es más, ni siquiera el comercio está globalizado.

Es cierto que se han globalizado los problemas. Pero no se han globalizado los instrumentos que permiten hacer frente a estos problemas.

¿Por qué no se globaliza la democracia y los mecanismos democráticos de toma de decisiones? ¿Por qué no hay impuestos globales, ni mecanismos de distribución de la renta a escala global?

Con esta falsa globalización, los gobiernos ven reducida su capacidad de maniobra para hacer frente a los problemas sociales. La adopción de medidas contrarias a los poderes económicos provocarían un escape inmediato de capitales hacia otros destinos.

La última “realidad” contestada es que no se puede hacer nada para cambiar las cosas. ¡Sería suficiente con el 4 % o el 5% de la riqueza de las 250 personas más ricas del Planeta para cumplir con los Objetivos del Milenio de Naciones Unidas!

Lo que hace falta, en términos económicos, para abordar los problemas básicos de la humanidad, es mínimo. No hay un problema de carencia de alternativas. Con reformas fiscales mínimamente equitativas, con una distribución de la renta algo menos “desigualaría”, habría suficiente.

El problema real es que los ricos no están dispuestos a ceder ni el más mínimo de todos sus privilegios y ganancias.
Aunque pueda parecer que individualmente no podemos hacer nada para cambiar las cosas, podemos ir dando pasos para que todo llegue a cambiar.

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